– No, Pá. No puedo hacer la tarea –dijo Bruno mientras miraba sus cartas de dinosaurios y se preguntaba por qué el Velociraptor se llamaba así si no había sido el más rápido de su tiempo.

– ¿Por qué no podés hacer la tarea, Bruno?

– Porque la maestra nos pide que hagamos 20 cuentas y eso es imposible –respondió él con la caja de marcadores en la mano. Se preparaba para dibujar un gigante Argentinosaurus comiendo hojas de la copa de un árbol.

– No entiendo… ¿Por qué es imposible hacer 20 cuentas?

– Porque antes de hacer 20, tengo que hacer 19; y antes de 19, tengo que hacer 18. Antes de 18, tengo que hacer 17; y así…

– ¿Y si empezás por la primera y después vemos? –preguntó insistente el papá.

– Tampoco se puede.

– ¿Cómo que tampoco se puede?

– Y no, porque antes de hacer la cuenta, tengo que escribir los números –dijo Bruno mientras pintaba su dinosaurio de plateado.

– Bueno, escribí los números.

– Es un lío, Pá.

– ¿Un lío?

– Sí, es un lío porque antes de escribir los números, tengo que agarrar el lápiz y el cuaderno.

– ¿¿Eso tampoco lo podés hacer??

Al papá le divertían las excusas de Bruno para seguir jugando en su cuarto con las cartas o en el jardín con la pelota, aunque por lo general perdía la paciencia y se enojaba. Esta vez, sin embargo, vio que su hijo tenía una buena estrategia y, con algo de esfuerzo, siguió la conversación sin retarlo.

– Tampoco puedo agarrar el lápiz, Pá. No es tan fácil. Antes tengo que encontrarlo.

– Debe estar en la cartuchera, Bruno, adentro de la mochila…

– Claro que está ahí. ¿Qué creés? ¡No lo voy a dejar en cualquier lado!

– ¿Entonces?

– Que no sé dónde está la mochila. O sea: ¡antes tengo que encontrarla! ¿¿No lo entendés, Pá??

El papá se quedó pensando unos segundos hasta que exclamó:

– ¡Tengo una idea maravillosa!

– ¿Cuál?, ¿cuál? –preguntó entusiasmado Bruno. Su rostro se iluminó.

– Si ahora jugamos al fútbol, ¿después harías la tarea?

– ¡Dale! ¡Después la hago! ¡Vamos a jugar!

– ¡Uy, pero no podemos jugar! –se lamentó el papá, con una sonrisa pícara.

– ¿¿Por??

El nene abrió los ojos, sorprendido.

– Porque antes de jugar al fútbol, hay que encontrar la pelota –dijo el papá-; y antes de encontrarla, hay que buscarla; y antes de buscarla, tengo que ponerme las zapatillas; y antes…

– No te preocupes, Pá –lo interrumpió Bruno-. La pelota ya está en el jardín esperándonos. Además, ¡a vos te dejo jugar en chancletas!

– Claro, porque me querés ganar.

– No, Pá. Si vos sos bueno hasta cuando jugás descalzo.

– ¿Te parece?

Corrieron al jardín. Bruno pateó primero y metió un golazo.

– ¡1 a 0 va el partido! -gritó.

El papá empató rápidamente con un gran remate.

– ¡1 a 1!

Siguieron jugando. Hubo goles, golazos, golcitos y muchas atajadas. Al cabo de un rato, el marcador estaba 10 a 9 a favor de Bruno. En el último minuto, el papá acomodó la pelota y le dio fuerte con la chancleta, que salió disparada como una flecha, pasó la medianera y en el aire la atrapó Zenón, el perro del vecino.

– ¿Y ahora? –preguntó el nene.

– Ahora me ganaste, Bruno. ¡Vamos a hacer la tarea!

– Está bien, Pá. Vamos a hacer la tarea, aunque hay un problemita…

– ¿Qué problemita?

– ¡Que no sé dónde está la mochila! ¡Primero hay que encontrarla!

Autor: Darío Nudler. Todos los derechos reservados.